¿Por qué es tan importante la cumbre del clima de Madrid?

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Por Valentín Alfaya, presidente del GECV y director  Calidad y Medio Ambiente, Ferrovial.  (Publicado en #BlogFide en El Confidencial)

«Leo frecuentemente que se trata de una cumbre de «transición», lo que no visibiliza correctamente la importancia de la COP25 para el futuro de nuestra especie y del planeta»

cumbre del clima de Madrid aparece omnipresente estos días en todos los medios de comunicación y redes sociales. Una excelente noticia, particularmente para aquellos que llevamos casi tres décadas dedicados al asunto; y es que siempre hemos echado en falta que el principal reto al que se enfrenta la Humanidad en las próximas décadas no haya tenido sino apariciones marginales en los medios.

Sin embargo, leo con excesiva frecuencia que la COP25, la Cumbre del Clima de Chile, celebrada por razones que todos conocemos en Madrid, es una conferencia de «transición»… y uno percibe cierto menosprecio respecto de la importancia que tiene esta cumbre para el futuro de los acuerdos de cambio climático o, lo que es lo mismo, para el futuro de nuestra especie sobre el planeta.

Pero empecemos por el principio; ¿qué es una ‘COP’ y para qué sirve? El término es un acrónimo inglés que significa “Conferencia de las Partes” de la “Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático”. Como muchos saben, esta Convención es el hilo argumental de la negociación que, a escala global, pretende desde 1992 estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera, hasta un nivel que reduzca los riesgos de un cambio del sistema climático del planeta. La COP es el órgano que se reúne una vez al año con el objeto de avanzar de forma ordenada en dichas negociaciones. La primera de las COP se celebró en Bonn en 1995… llevamos casi 25 años sentando a casi 200 países para limitar las emisiones y, más recientemente, mejorar la capacidad de adaptación de la especie humana a los efectos del calentamiento global.

¿En qué situación están actualmente las negociaciones? Muchos sabrán que hace unos años, en la COP21 celebrada en París, se alcanzó el primer acuerdo universal para luchar contra el cambio climático. Y cuando decimos ‘universal’, realmente lo es: entró en vigor con sorprendente celeridad el 4 de noviembre de 2016 y ha sido ya ratificado por 187 de los 197 países firmantes del Acuerdo. No creo que ningún acuerdo multilateral haya tenido más consenso en la Historia.

La clave del Acuerdo de París es el objetivo de limitar las emisiones hasta el punto de no sobrepasar, a finales de siglo, un incremento medio de la temperatura global de 2 grados centígrados (‘well below 2’, en la redacción original en inglés). El problema es que los científicos, aglutinados en torno al Panel de Cambio Climático de ONU, o IPCC —otro acrónimo; por aquí somos muy dados a esto— ya han transmitido a la comunidad internacional que los 2ºC no van a ser suficientes para reducir los riesgos hasta un punto «manejable». Para empeorar las cosas, los objetivos de reducción de emisiones presentados hasta ahora por los países firmantes del Acuerdo nos sitúan en una senda que nos lleva por encima de los 3ºC de incremento de temperatura a finales de siglo: el caos. Conclusión: tenemos que incrementar la ambición para reducir el riesgo de enfrentarnos a una catástrofe climática en las próximas décadas.

Y ahí estamos. En la próxima conferencia, que se celebrará el año que viene por estas fechas en Glasgow (Reino Unido), los países firmantes deberían llegar con un nivel de ambición que en 2020 ponga en marcha el Acuerdo de París con unas garantías mínimas de que tanto esfuerzo nos va a llevar a buen puerto. Este es el punto clave de lo que está sucediendo estos días en Madrid: una negociación política de muy alto nivel, co-liderada por los gobiernos de España y Chile, que está allanando el camino para que el año que viene el arranque del Acuerdo de Paris sea algo más que una celebración mediática. La Cumbre del Clima de Madrid es mucho más importante de lo que creemos.

La Unión Europea quiere seguir liderando la agenda climática, a pesar de que tan solo emitimos el 10% del CO2 que se genera a escala global

En estos términos, compromiso y ambición, es obvio que no todas las partes firmantes tienen la misma (dis)posición. La Unión Europea quiere seguir liderando la agenda climática, a pesar de que tan solo emitimos el 10% del CO2 que se genera a escala global. De hecho, la nueva Comisión ha situado como prioridad la lucha contra el cambio climático, lo cual responde, ni más ni menos, a la necesidad de buscar un elemento aglutinador para una UE cada vez más dispersa y, sobre todo, un factor de competitividad económica frente a los gigantes asiáticos y del otro lado del Atlántico. Digno de aplauso, en cualquier caso.

China, principal emisor en términos absolutos, casi siempre aparece como el malo de la película, pero lo cierto es que está transformando radicalmente su modelo energético: el 60% de la inversión en renovables a escala global proviene de este país. Aunque no es menos cierto que, dado el tamaño de su economía y sus inmensas necesidades energéticas, todavía mantenga significativas inversiones en fuentes energéticas intensivas en carbono.

Por su parte, el segundo emisor, EEUU, anunció recientemente que abandonará el Acuerdo de París. Es sin duda una mala noticia, pero el destino ha querido que la efectividad de esta declaración no pueda producirse, por razones reglamentarias, hasta un día después de las próximas elecciones presidenciales. Además, en EEUU se ha desarrollado una agenda paralela a la política federal que sigue apostando con fuerza por la acción climática.

Aglutina a buena parte del sector privado, junto con numerosas ciudades y estados de la Unión; en total más del 65% del PIB (la iniciativa está siempre presente en las COP, con el auto-explicativo eslogan «We are still in»). La capacidad de esta agenda paralela se demuestra en el hecho de que, durante el mandato de Trump y a pesar de sus esfuerzos por fomentar el carbón como fuente energética, se han cerrado más del doble de instalaciones alimentadas con este combustible que durante todo el mandato de Obama. La lógica empresarial y el poder de los inversores.

China, principal emisor en términos absolutos, casi siempre aparece como el malo, pero está transformando radicalmente su modelo energético

En cualquier caso, tenemos razones para pensar que la cumbre de Madrid servirá para pactar un nivel de ambición suficiente; veremos en qué queda la declaración final este fin de semana próximo. Ahora bien, al margen de las negociaciones políticas, quedan otros flecos más «técnicos» que es preciso resolver para que el Acuerdo de París funcione con plenitud.

El más importante es referente al artículo 6 del texto: la cooperación transnacional para alcanzar los objetivos de reducción y, muy particularmente, los mecanismos que deberían facilitar el proceso. Es un aspecto que, aunque técnicamente sofisticado, tiene una considerable trascendencia, dado que estos mecanismos de «intercambio ordenado» de derechos de emisión han resultado útiles para alcanzar los objetivos globales de mitigación en fases anteriores de la Convención Marco (el conocido como Protocolo de Kyoto). Cómo asegurar que el intercambio de derechos es transparente, se fiscaliza adecuadamente, no genera una «doble contabilidad» o una «puerta trasera» en relación con los compromisos suscritos por los países, así como que contribuyen realmente al desarrollo sostenible, son aspectos que requieren un acuerdo global y que, mucho me temo, no terminaremos de resolver en Madrid.

Por último, ¿son las negociaciones climáticas suficientes para reducir el impacto del cambio climático en las próximas décadas? Me temo que la respuesta es NO. Más del 70% de las emisiones tienen que ver con decisiones individuales: cómo nos movemos, cómo calentamos (o enfriamos) nuestras viviendas, qué dieta consumimos… La transformación de la economía global hacia un modelo de bajas emisiones requerirá un cambio disruptivo de nuestros hábitos de vida y pautas de consumo. No todo es cuestión de los políticos… pero entretanto, por favor no me digan que Madrid es una cumbre menor, ‘de transición’.

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